El corazón de la nueva entrega bélica, ambientada en el futuro, es el exoesqueleto que imprime una gran velocidad a las partidas gracias a una serie de habilidades, ampliables conforme avanzamos, que suponen una buena alianza con los impresionantes gráficos para la nueva generación
Es difícil que una saga tan consolidad se reinvente. Muy
difícil y, quizá, seamos sinceros, poco práctico al uso. La gran
inversión de los grandes títulos, aquellos que arrastran las mayores
ventas, pone en riesgo innovar un concepto de juego. Con un
fotorrealismo impresionante y algunas mejoras en la forma de jugar, «Call of Duty: Advanced Warfare» ha permitido que sus seguidores se sientan cómodos con un juego de tintes clásicos pero con un toque de innovación.
Esa innovación viene de la mano de la dinámica del juego.
Mucho más frenética y vertical que anteriores entregas. Ahí es nada y
ahí lo es todo. Los exoesqueletos que portan los soldados, unido a unas
armas más modernas pero sin alejarse de su filosofía tradicional, han
conseguido imprimir un ritmo de juego muy rápido. En el fondo es el
mismo juego de siempre con un aire renovado gracias al mundo futurista en el que nos moveremos.
Con ellos se puede saltar por encima de obstáculos muy
grandes, descender de forma amortiguada por largas alturas, caminar por
las paredes, incluso disponer de un camuflaje especial de invisibilidad. Todo un catálogo de habilidades que,
al final, consigue que los combates se tornen distintos y ya no se
trate del típico juego de disparos (que los hay y muchos) de avanzar
casi sigilosamente por un terreno inhóspito de vegetación.
Aquí el jugador, además, permite evolucionar a su personaje
gracias a los puntos de mejora que obtenemos en cada capítulo (hay 17
misiones establecidas). Son pocos pero efectivos. Mejor armadura, más
resistente, saltos más prolongados, tiempo ralentizado, salud más
duradera y que se recupera antes, algo muy propio de otros géneros que
esta vez se consigue deslizar con elegancia y discreción.
En el apartado técnico, aquí impera el fotorrealismo. El estudio encargado, Sledgehammer Games, ha conseguido establecer un nivel muy aceptable en estos tres años de trabajo. Los escenarios se destruyen,
juegan un papel importante, el sistema de coberturas -aunque a veces
deja algo que desear- ejerce de gran aliado, pero este puede destruirse
con los disparos con lo que habrá que moverse rápido.
Los gráficos están a la altura de lo esperado y ofrece un nivel impresionante, la verdad. Los detalles, bien definidos, aturden al espectador, confiere una atmósfera de tensión constante,
llena de peligros por doquier, donde nunca sabes lo próximo que te va a
suceder y, claro, dónde se ubicarán los nuevos enemigos. Acabar con
ellos no siempre es fácil ya que cuentan también con armaduras
especiales, aunque contamos con un potente arsenal y una colección de
granadas (de marcación, antidrones o inteligentes) que permiten acabar
con los rivales de una forma más estratégica y con muchas alternativas a
tener en cuenta.
Precisamente, la aparición de drones es algo nuevo y
heredado de otros juegos de corte futurista. Estos vehículos voladores
sin tripulación nos pueden acechar constantemente, son muy ligeros y
rápidos y no siempre son fáciles acabar con ellos. Ahí es donde podemos
aprovecharnos del material de granadas para desactivarlos de un plumazo.
La historia principal, el modo campaña, resulta quizá algo
corto pero viene cargada de adrenalina y un componente de
espectacularidad gracias a los tremendos efectos de bombas, disparos y
explosiones. Tenemos una sensación de estar continuamente en peligro, de
unos escenarios plagados de enemigos allá por donde mires, lo que por
un lado ofrece una mayor intensidad pero, por otro, pierde el encanto de
sentir la guerra en las venas. Además, en ocasiones el comportamiento de los enemigos desluce el encanto y se observan algunas imprecisiones importantes.
La trama, bien hilada y que no decae por momentos, parte de
un conflicto mundial en el que, tras un punto de inflexión (que no
desvelaremos), el personaje jugable, Mitchell,
se alista a la organización Atlas, un grupo de soldados mercenarios
bien preparados que cuentan con toda la tecnología futurista entre sus
manos. Su líder, Jonathan Irons (encarnado por la figura digitalizada del actor Kevin Spacey), tiene una misión en su cabeza. Y no parará.
Si leemos entre líneas, la historia tiene un trasfondo muy
social en el que podemos ver que el poder corrompe y el poder, como
dicen los responsables del proyecto, «lo cambia todo». Vemos cómo un
mundo de corporaciones militares privadas ejercen mayor influencia y
poder que los propios gobiernos, lo que puede desencadenar una serie de
conflictos mundiales por la ausencia del influjo patriótico que se
encuentran en los militares. Esta organización se lucran económicamente y
se venden al mejor postor. No entienden de banderas ni ideologías. Su
único objetivo es acabar con el rival.
El gran atractivo, sin duda, es el modo multijugador, que
ofrece un sistema de progresión que va in crescendo y consigue enfundar
una dosis de adicción como nunca antes sin perder la cuenta de que
estaremos viviendo lo mismo de siempre. En este título se ha limitado a
mantener, como decimos, la misma fórmula pero cargado de pequeños
elementos propios de otros «shooters» futuristas. La oferta competitiva
se ha ampliado, no obstante, y viene cargada de sorpresas, como la nueva
mecánica de la marcación que, unido al aumento de la velocidad,
obligará a retomar nuevas estrategias de combate.
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